λ4: Identidad a la fuga


De verdad que agradezco a aquellos que se han interesados por mi y han tratado de tranquilizarme. No te preocupes, serán cosas de la edad, decían unos. ¿Has pensado en ir al médico?, decían otros. ¿No tendrás algún problema en el trabajo, con Silvia, con tu hermano, con algún amigo... que te distrae y dispersa? Mi madre, mi padre, algún que otro amigo... Menos mal que mi abuela Juana no lee el blog. No me quiero ni imaginar cómo se pondría.
No, de verdad, muchas gracias. Quizás me excedí en el tono lúgubre de la anterior entrada pero no era más que un reflejo de lo que sentía. En realidad, para ser justos y que podáis juzgar con conocimiento de causa, debería contaros también que, no sé si por vergüenza o por no preocupar en demasía, oculté información relevante. En realidad no fueron las llaves lo único que desapareció. Después de que éstas se fueran nosédónde, otras cosas las siguieron. Materiales e inmateriales.
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El viernes siguiente al tema de las llaves, habíamos quedado con unos amigos para tomar unas cañitas. El caso es que al ir ponerme mis pantalones vaqueros preferidos y mi camiseta favorita, no fui capaz de encontrarlos. La última vez me los había puesto el fin de semana pasado. Estarán en el cesto de la ropa sucia, dije. Nada. Rebusqué en mi armario, en el de Silvia, en el montón de ropa de la plancha. Ni rastro. Busqué también en los sitios en los que se ocultan las cosas que se pierden (donde tampoco encontré las llaves). Tampoco. Ya os dije que mi casa es pequeña y es imposible que nada se pierda más allá de un rato.
Entonces sucedió. A pesar del ímprobo trabajo de control de mi lado oscuro, de ese sucio compañero de cuarto que habita en el dark side de mi cabeza, ese que pugna por salir cada vez que las cosas se tuercen, no pude evitar que asomara por un instante. Breve estallido de ira ante los últimos incidentes que batían con fuerza contra mi arrecife de control y calma. De entrada, suficiente para que Silvi se pusiese de uñas. Lleva muy mal las (pocas, poquísimas, cada vez menos) veces que ese energúmeno consigue decir "aquíestoy".
Con todo el jaleo, llegamos media hora tarde. En realidad nada del otro mundo para lo que suelen tardar otras veces los amigos con los que había quedado, con lo que el mosqueo no debía ser muy grande. Pues, ¿notejode con los colegas? ya estaban de morros. Tiene narices la cosa. Cuánta razón tenía el tipo ese que se inventó lo de la paja y la viga en ojos ajenos y propios. Fue la gota que colmó el vaso. Mi oscuro habitante, que parecía haberse tomado un Red Bull y golpeaba con fuerza la puerta, percibió el resquicio dejado por la reacción de mis amigos y saltó fuera. Puestos a perder cosas, perdí también el control. A voz en grito, les reproché actitudes pasadas, les eché en cara su querencia por el doble rasero y me despaché a gusto acerca de lo que llevaba tiempo opinando acerca de ellos. Como la noche había empezado mal y no había indicios de que fuera a remontar, la quedada se redujo a una ronda de cañas y a un "lo vamos a dejar por hoy que estamos muy cansados".
De vuelta a casa, ante el silencio (justificado) de Silvia, me dediqué a pensar sobre lo que había pasado. Es curioso como he perdido el control. ¿Cómo ha podido pasar? ¿Y por qué precisamente ahora?
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Aunque esa tendencia a la sobreexcitación siempre ha estado ahí, durante el paso de los años había logrado adquirir mecanismos de control que me habían permitido mantener a raya esos arranques que lastran cualquier tipo de relación (afectiva, personal o laboral). Paralelamente, había desarrollado un camuflaje que enterraba cualquier atisbo de discrepancia, de conflicto, de enfrentamiento abierto, bajo capas de maquillaje conciliador, amable y comprensivo. Como alguien querido dice, acaté ese rol y a él (más bien al esfuerzo que implicaba) me acostumbré tanto yo, como los demás. Ahora os puedo decir que si últimamente no he tenido mucho contacto con vosotros, es también por miedo a que la ausencia de ese control y ese camuflaje, dé al traste con todo los lazos construidos.

Quiero que entendáis que estoy un poco asustado. Además de llaves, ropa, control o maquillaje emocional, siento como últimamente me abandonan otras cosas. El optimismo y el ánimo que me han acompañado hasta la fecha se marcharon un par de días después. Y siento como detrás de ellos, otras cosas y otros aspectos de mi persona pugnan por soltar amarras e irse a la deriva. Poco a poco, todo aquello que me hacía identificable cara a los demás, está perdiéndose. Mi identidad (o al menos parte de ella, la que he creado con tanto esfuerzo) está en fuga. ¿Dónde va todo eso? ¿Qué me quedará cuando todo eso se marche? Siento que el suelo que he pisado hasta ahora, se vuelve inestable. Que me adentro poco a poco en territorio desconocido. Inexplorado.

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