En Córdoba


El pasado puente de la hispanidad estuve en Córdoba. Parece mentira que teniendo ya los 35, y siendo como es mi madre originaria de esa provincia, no hubiese visitado aún ese rincón de Andalucía. Silvia tampoco había pasado por allí, pero es que ni mi hermano David ni mi cuñada Noemi lo habían hecho. La única, mi madre.
Nos volvemos locos por visitar lugares fuera de nuestras fronteras y nos olvidamos de dedicar dos tardes a conocer lo qué nos rodea, lo que tenemos a tiro de piedra. Puede que a nuestros ojos, estos lugares sean menos exóticos que darte un paseo por Central Park, conocer el mercado de pescado de Tokio o darse un garbeo por el Perito Moreno, pero no hay que menospreciar el embrujo que tiene un atardecer en Finisterre, un baño en la playa de los muertos en Almería, un paseo por las Arribes del Duero, una visita a los pueblos negros de Guadalajara, perderse en la selva de Irati o un paseo por un sendero al borde del mar que va desde Sa Riera a la playa de L'Illa Roja en la Costa Brava.
Con la idea de resarcir a Córdoba por nuestra falta de consideración, de compensarla por la afrenta de no haberla pisado en nuestra vida, decidimos solicitar su permiso para tomarla como punto de reunión de la celebración del cumpleaños de David. Resulta que las ciudades, al contrario que las personas, no guardan en su interior resentimiento o rencor, así que, agradecida, le sobró tiempo para responder afirmativamente a nuestra petición. Pero es que además fue generosa, regalándonos momentos de todos los colores.

Nos regaló (o al menos, no nos los cobró muy caros) momentos de éxtasis culinario en la plaza San Miguel. Contra todo pronóstico no en El Pisto (estaba petado), sino en el restaurante de al lado, llamado El Agua Cero. A pesar de la dosis extra de paciencia que tuvimos que gastar con los nuevos camareros, qué salmorejo, qué berenjenas con miel, qué presa ibérica, qué postres. Además del goce de la comida, también las reacciones de novel (que no Nobel) en el trabajo de (al menos) uno de los camareros nos hizo pasar momentos de risa va, carcajada viene.

Nos regaló las sombras de las calles estrechas del barrio de la Judería, sus patios, sus pozos y fuentes. El encanto de pasear por esas callejuelas, en busca de algún lugar por el que no hubiésemos ya pasado, nos condujo a rincones preciosos, lamentablemente ninguno libre de la plaga en la que nos convertimos los turistas (rivalizando con las moscas), pululantes, ansiosos de ver todo y de recogerlo en nuestras cámaras de fotos.

Nos regaló descanso del bullicio al cobijo de la plaza del Triunfo, frente a la puerta del puente romano, mientras un paisano regalaba a su vez nuestros oídos con las notas de una guitarra rasgada y tranquila.

Nos regaló un precioso paseo al atardecer por el puente romano. Mientras las garzas, patos y resto de aves se hacían notar en la vegetación del río, alguien tocaba blues con su guitarra eléctrica y más allá otro tocaba un instrumento de percusión que asemejaba una seta de metal. Nos regaló la vista de la Torre de la Calahorra iluminada, y una panorámica de las luces de Córdoba desde la margen sur del río Guadalquivir. Nos regaló muchas más risas en nuestros tontunadas con las fuente al pie de la torre (y a mi hermano David una limpieza gratuita con chorro a presión de las fosas nasales)

Nos regaló momentos divertidos hasta la incontinencia urinaria la noche del sábado a pie de parque, al presenciar la lucha sin cuartel que libraron David y la cucaracha voladora (alias Goliat), capaz convocar a su fantasma y seguirle hasta el hotel y arañar con sus patitas la puerta de su habitación.

Nos regaló momentos difíciles de repetir, al permitirnos visitar una de las tres únicas sinagogas que aún existen en España (a no ser que te acerques hasta Toledo donde están las otras dos). Allí nos permitió escuchar como una gilipollas de tomo y lomo se quejó al responsable del acceso a la sinagoga al no entender cómo permitían pasar a niños y no a perros. Andever.

Nos regaló momentos de Sol, tantos que Noemi dijo basta. Fíjate si fueron muchos. Había que verla buscando desesperada la sombra a la pobrecita. Quién lo hubiese dicho.

Nos regaló (por un módico precio) una vista del pasado a través de una visita a los antiguos baños (árabes) públicos. Nos regaló (por un menos módico precio) los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos donde pudimos deleitarnos con sus torres, tapices, mosaicos, fuentes, árboles frutales, flores...

Nos regaló (aunque no sea cierto, merece la pena pagar bastante más de lo que cuesta) momentos sublimes como la visita a la Catedral/Mezquita. Enorme, grandiosa, plagada de columnas, de penumbras y de luz, de color, de recogimiento y de solemnidad. Resumen de la historia de la ciudad y de sus dominadores. Posiblemente sea el monumento que más me ha impresionado en mis viajes por España. Sin exagerar, sobrecoge.

Nos regaló (por mi parte se los podía haber quedado) momentos de malos entendidos, de tensión y fricción. Aunque, bien pensado, supongo que no está bien renegar de ellos. De todos los momentos se puede aprender, tanto de los malos como de los buenos. En contraprestación, nos regaló momentos pausados sentados bajo un naranjo en la plaza Compás de San Francisco, o más tarde a la sombra de un molino junto al puente romano, que nos permitieron reflexionar e ir dando salida a esos enfados absurdos.

Nos regaló momentos al pie de la puerta de Almodovar donde tuvo lugar una cena larga, larga, larga en una terraza donde comimos, bebimos y desterramos silencios con risas. Arriba o abajo, hubiese dado igual. Si existe buena disposición, al final todo se arregla. Ya cuesta abajo, un paseo nocturno a lo largo de la muralla hasta llegar al hotel nos sirvió para ir despidiéndonos de la ciudad hasta otra ocasión.

Y de eso fue, más o menos el viaje a Córdoba. La ciudad se nos mostró y nosotros a ella. Estoy seguro de que no la hemos molestado demasiado, y que incluso le hemos caído mejor que muchos de los turistas que coincidimos ese puente (os juro que hay mucho gañán por ahí suelto). Y es que, si por separado somos la hostia, juntos somos la repanocha. En cuanto nos llame, volvemos.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Son las 5.40 de la mañana. Esta noche me ha tocado trabajar, aprovecho que no toca nungun timbre de ningun enfermo, todos parece que duermen ( aunque sea por poco tiempo ), con eso me da tiempo a recordar de la mano de Luismi el viaje a Córdoba , estupendamente descrito. Solo agrego que yo lo viví bajo la perspectiva de madre paseando con su familia. Gracias a los cuatro.

alectoria01 dijo...

Siempre me he preguntado el atractivo que tengo para los seres mas irracionales: cucarachas, gatos, peces y niños...

...me adoran