NY. Día Two


Nos levantamos como si nos hubieran dado una paliza. Las ocho horas de sueño no han sido suficientes para "curar" el jet-lag. Qué se le va a hacer. Por delante tenemos un domingo completito: Central Park, algo de Upper East Side y crucero de atardecer por el Hudson y el East River. Uff. Pero lo primero es lo primero. Duchita, ropa y calzado cómodo. Anuncian probabilidad de lluvia, pero hace un calor (húmedo, o sticky day como dicen ellos) de mil demonios. Tras dejar el hotel, lo siguiente es buscar un sitio para desayunar. Encontramos uno en la 8ª Avenida cerquita del hotel (cerca del cruce con la 49 St) que tiene buena pinta. Ray´s Pizza es un local regentado por un italiano y los camareros parecen atentos (¿será por el tema propinas?) Pedimos huevos a la florentina y café americano para el menda, y tortitas con capuccino para Silvi. Nos ponemos hasta las trancas y no son más que las 9 de la mañana.

Tras una pequeña confusión con el tema de la propina (¡AL LORETE! 1er consejo: Si queréis evitaros hacer cálculos, al pedir la cuenta solicitad que detallen la propina y ellos mismos la incorporan a la cuenta, es decir más o menos el 18%), apoquinamos y nos ponemos rumbo a Central Park, 8ª avenida arriba. En 10 minutos estamos en la entrada sur del parque. Ante nosotros una extensión que abarca tres veces el parque del Retiro de Madrid (casi cuatro hectáreas cuadradas según doña wikipedia). Nos amarramos los machos y p´lante.
Como los primeros intentos de localizar un puesto de información son un desastre, decidimos conformarnos con la sugerencia de nuestra guía Lonely Planet de un recorrido que incluye los principales puntos de interés. La verdad es que Central Park en domingo es una pasada (¡AL LORETE! 2º consejo: Si tenéis la oportunidad, elegid ese día de la semana para visitar el parque). Es cierto que es el lugar de reunión de los habitantes de la isla. Unos corren, otros pasean, otros hacen bici, otros se tumban la hierba a descansar, otros hacen picnics, otros practican baseball, tenis o baloncesto (es impresionante la cantidad de instalaciones deportivas que existen). Y muchos turistas. Por doquier.
Unas cuantas fotos después en Bethesda Fountain, camino de Strawberry Fields (para quien no lo sepa es, frente a los exclusivos apartamentos Dakota, un mosaico erigido en honor a Lennon, asesinado cerca de allí), vemos unos bomberos haciendo el mantenimiento de las mangueras de unos cuantos camiones. Dios, con lo que me molan los camiones de bomberos (extraña fijación, recién descubierta, que en algún momento debería analizar). Los bomberos, muy simpáticos ellos (aunque menos macizos que los españoles, según la Silvi), me permiten unas foticos con los camiones que calmen mi ansia. Llegamos a Strawberry Fields y, claro está, hemos de buscar un hueco entre los numerosos turistas para tirar una foto decente. Venga, ponte ya, Silvi dixit. A sus órdenes. Proseguimos la marcha. Pasamos por Turtle Pond (charca donde tiene su retiro las tortugas de NY), y Belvedere Castle, desde donde hay unas bonitas vistas de Great Lawn, una inmensa explanada de hierba salpicada por campos de baseball. Los partidos de baseball se alternan con partidillos de algo parecido al american football pero con frisbee jugado por rubios de pelas. Desde la zona sur del parque hasta la zona central donde nos encontramos, el perfil del neoyorquino tipo es el de WASP (white anglo-saxon people, esto es, blanquitos), pero a partir de ahí, y según iremos subiendo hacia el norte y acercándonos a Harlem (que linda con el parque en su extremo norte), el perfil del neoyorquino tipo irá tornando hacia chicano, afroamericano y sudamericano.
Tras hacer un alto en el camino, en el que ejerzo de sabiondillo tratando de explicar cómo va esto del baseball, nos dirigimos hacia el Jacqueline Kennedy Onassis Reservoir, un enorme lago cerca del cual la Silvi llena el vacío estomacal con un perrito caliente (hot dog para los amigos). Tras alguna indecisión, acerca del sentido en el que se circula por el camino circundante al lago (los corredores lo hacen en sentido counterclock, o contrario a las agujas del reloj, pero nos damos cuenta transcurrido un rato), seguimos en dirección norte hasta darnos de bruces con la pistas de tenis. Comienzo a arrepentirme de no haber engullido otro hot dog, así que vamos en busca de algún lugar donde conseguir más comida. Una familia de hispanohablantes nos indica amablemente un kiosko donde podemos conseguir comida mexicana. Unos taquitos y una empanada más tarde, descansamos durante 20 minutos tumbados sobre la hierba. Se está realmente a gusto.
Va siendo hora de salir del parque y poner dirección a la 5ª avenida, para buscar una estación de metro donde podamos comprar los abonos de transporte que nos permitan movernos en bus y metro. A la altura de la 103 St, metiéndose un poco hacia el Upper East Side, cerca del hospital Monte Sinaí, alcanzamos la parada de metro donde adquirimos dos Free-Ride tickets para una semana (¡AL LORETE! 3er consejo: Si pretendéis moveros bastante, muy recomendable esta opción. Por 28$ cada uno tienes pase libre para bus, metro, y algún otro medio de transporte más).
Aunque la idea era ir caminando por la 5ª avenida e ir observando las casas de los millonetis a la ribera de Central Park, nuestros pies dicen basta y piden a gritos un bus en el que bajar hasta la esquina sureste donde se ubica el Zoo de Central Park. Resulta más fácil de lo que parece dominar el tema horarios y líneas. Aparecen bien detallados recorridos y horarios (¡precisos!) Ahí llega el bus que baja toda la avenida. Montamos y nos pican las tarjetas. El contraste de temperatura es brutal debido a que tienen el Aire Acondicionado a tope. Qué exagerados que son por aquí. Por suerte llevamos unas camisetas de manga larga (¡AL LORETE! 4º consejo: En verano, llevad siempre este tipo de prenda, si no queréis exponeros a un resfriado de aupa, cada vez que utilicéis transporte público).
Al llegar al zoo, nos lo pensamos mejor y sustituimos la opción animalicos por un ida-vuelta a Roosvelt Island. No nos lleva más de 20 minutos andando llegar hasta el teleférico que circula paralelo a Queensborough Bridge. El Free-Ride ticket nos permite montar gratuitamente. El trayecto no son más de cinco minutos, pero las vistas sobre el río merecen la pena. Llegados a Roosvelt Island no hay mucho que ver, más allá de la cara que ofrece Manhattan asomándose al East River. Gente pescando, parejas paseando y gaviotas posando ante mi cámara de fotos. Diez minutos sentados en un banco para seguir recuperando los pies, y pillamos el viaje de vuelta.
Cuando llegamos de nuevo a Manhattan, nos damos cuenta que se nos ha hecho tarde. Son ya casi las seis de la tarde, y la idea era disfrutar hoy del crucero que parte desde el otro extremo de la isla, en el Pier (muelle) 42 del Hudson River. La única opción que se nos ocurre pasa por esperar al bus que recorre toda la calle 51 hasta la orilla oeste y luego baja hasta la calle 42.
Mala idea. Es hora punta y el tráfico en superficie es un infierno. Veinticinco minutos después, nos ha salvado de morirnos de asco una conversación muy agradable con una señora mayor que se ha interesado por nuestra situación. De dónde venimos, a dónde vamos, qué hemos hecho, etc. Unos consejos más tarde y ya al borde de la desesperación, aparece el bus. No creo que nos dé tiempo, coincidimos la Silvi y yo. Veinte minutos más tarde, milagro. No sé cómo se las ha apañado pero son las siete menos cinco y ahí estamos, frente al barco que hace el recorrido en forma de U, desde el Hudson al East River, y que nos permitirá divisar cómo Manhattan cambia de color cuando anochece.
Por suerte, las entradas estaban sacadas por Internet y nos da tiempo suficiente para montarnos en el barco y alcanzar dos sillas en la cubierta superior. Quizás llueva, pero vamos abrigados y con gorro. Qué más queremos. Sí, vale. Un paraguas nos vendría de perlas, pero somos gente recia. Allá vamos. (¡AL LORETE! 5º consejo: Lo que se resume a continuación fue una de las mejores experiencias en NY. La compañía se llamaba Circle Line 42, y el crucero es el que llaman 2-Hr Harbor Lights Cruise. Cuesta 30$ por barba pero merece muy/mucho la pena)
Soltamos amarras y dejamos atrás un par de portaaviones de la US Navy, con cazas a bordo y todo. Según vamos bajando por el Hudson, el guía (in english) va relatando qué es lo que vemos en las dos orillas (Manhattan y New Jersey). Las vistas son impactantes, pero mucho mejores cuando llegas a la altura del Downtown y comenzamos a subir por el East River. Según vamos ascendiendo en dirección norte, comienza a atardecer dejando unas vistas de Manhattan y de Brooklyn espectaculares. Pasamos bajo los puentes de Brooklyn, de Manhattan, de Williamsburgh y llegamos hasta el de Queensborough, donde el barco da la vuelta dirigiéndose en dirección sur hasta Ellis Island. Pasamos frente a la Estatua de la Libertad, iluminada y majestuosa (aunque es cierto que es más pequeña de lo se espera). Ya no llevo la cuenta de la cantidad de fotos que he tirado durante lo que llevamos de trayecto. Remontando el Hudson ponemos rumbo al Pier 42 de donde partimos dos horas antes, no pudiendo apartar los ojos del skyline iluminado.
Cuando llegamos al muelle, bajamos del barco en busca de la parada del bus que nos dejará cerca de Times Square, a tiro de piedra de nuestro hotel. Para calmar a nuestros estómagos rugientes, cenamos algo rápido en un establecimiento de comida preparada. Arroz salvaje con salsa de soja para el menda, y sushi maki para la Silvi.
Menos mal que sólo tenemos que andar veinte metros hasta nuestro hotel. Una distancia mayor en nuestras condiciones físicas, se hubiese hecho insalvable.
Una ducha después, nos acogen nuestras esplendidas queen-size beds, mullidas y suaves. Zzzzzzzzzz (*2)
(Continuará)

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