Cruzamos las puertas del hall de la terminal 7 del JFK, a las 5 de la tarde hora local. Nos quedan 2 horas y cuarto para llegar hasta el hotel, alojarnos y salir pitando para subir al observatorio del Rockefeller Center (Top of the Rock para los amigos). Ya estamos con la soga al cuello y acabamos de llegar. Hay que ver. Quién nos mandará sacar las entradas por el Internet en un horario tan ajustado...
Lo primero es localizar nuestro transporte hasta el hotel. Contraté por Internet un servicio llamado Supershuttle, que no es más que una furgoneta grande que recoge a varios turistas del aeropuerto y los va dejando por turnos en sus respectivos hoteles. La idea parecía buena, pero nos costó bastante dar con el mecanismo. Tras preguntar a varios nativos (con increíble dificultad en lo que se refiere a la entonación y acento), resulta que había que llamar a un número de teléfono desde unas cabinas especiales que estaban en la terminal, y hablar con un operador al que le dabas el código de reserva y le decías en qué terminal estabas para que pudieran pasar a recogerte. Y yo que creí que me defendía en inglés. Ay Dios...
Finalmente, toman nota y nos dicen que en 20 minutos nos recogerán. Tic tac. Minutos de desesperación y de Hubiera sido mucho mejor pillar un taxi (luismi) y de Ahora ya no podemos hacer nada (Silvi). (¡AL LORETE! 1er consejo: Sin duda, antes que la furgo que cuesta unos 65$ por dos personas, es mejor pillar un taxi. Éste sale por unos 55$. Pero si no tienes mucha prisa, llega en 1 hora hasta centro Manhattan, lo mejor es el Airtrain+Metro que sale por 7$ y pico).
Cuando llega la furgo (con unos cuantos turistas italianos vocingueros), embarcamos, esperamos otros cinco minutos a otros turistas, y salimos a la carretera para darnos de bruces con un atasco de campeonato. Ahora sí que no llegamos, nos decimos. Pero hete aquí que no contábamos con lo aguililla que era el conductor que nos había tocado en suerte. Comienza un slalom de carriles, salidas y entradas de la autopista, que ya quisieran para sí los más avezados madrileños asiduos de la M-30. Treinta minutos de casas de Queens (uno de los cuatro condados de NY) más tarde a ambos lados de la carretera, accedemos a Manhattan a través del Williamsburg bridge (uno de los puentes que dan acceso a la isla). Llevamos los dedos cruzados por si la diosa Fortuna tiene a bien concedernos ser los primeros en el circuito de descarga de pasajeros. Localizo las calles por las que circulamos en el plano que llevo abierto sobre mis rodillas, y por un momento parece que vamos a tener suerte. Al fondo de la 8ª Avenida asoma el cartel del Hilton Garden Inn, nuestro hotel. Pero de pronto, el señor conductor gira a la derecha en la cuarenta y pico Street. Mosquis. Por suerte, pronto se detiene para dejar a los primeros pasajeros. Le pregunto si nuestro hotel es de los siguientes y me confirma que nanay, que tiene que hacer un circuito antes. Así pues, optamos por apearnos allí mismo, y hacer el resto del camino a pie. El señor Conductor (sorprendido) dice si estamos seguros. Sure, thank you very much. Así que allá vamos. En un tris estamos en el hotel. Tras el registro, cogemos el ascensor hasta la undécima planta. La habitación no está nada mal. Dos camas queen size (un metro cincuenta), televisor última generación, frigorífico, mini-bar y un respetable cuarto de baño. Lo primero que hacemos es apagar el aire acondicionado, que estaba a tope. Creo que nos basta con la refrigeración que se hace de la habitación con el aire acondicionado (huracanado) del pasillo exterior. Es audible incluso con la puerta de la habitación cerrada. Qué exageración.
Nos cambiamos de ropa y salimos escopetados para el Rockefeller Center. De camino pasamos por Times Square. Ay mamá, qué jolgorio. Luces, taxis, tráfico, policias. Ohú. Y Madrid nos parecía agitado. Llegamos al Rockefeller Center con tiempo suficiente para hacernos unas foticos frente a la figura que preside la terraza que en invierno se transforma en pista de hielo. Cuántas veces, en cuántas pelis, hemos visto ese sitio. Tras un par de fotos en el típico plan "luismiysilviseautofotografíangraciasallargobrazodeluismi", un amable señor se nos acerca y se ofrece a hacernos la foto. Dudo un instante, pero vencida la desconfianza inicial y cruzando de nuevo los dedos para no resultar ser demasiado pardillo nada más llegar, le dejo mi cámara. El tío es un hacha. Me saca una foto en automático, pero como no está contento con el resultado, pasa al modo manual y hace los ajustes precisos en la cámara para sacar otra foto mucho mejor. Incluso se toma la libertad de sugerir a la Silvi que se quite las gafas para salir mejor (Jua, jua). No sé si darle propina o no (madre mía, ya comenzamos con la psicosis de la ¿esto exige propina?). Opto por un thank you very much, y el tío va y se conforma. Vaya. Sólo pensar en un español diciendo a unos guiris por iniciativa propia, no os preocupéis yo os saco una foto, me entra la risa. En el caso poco probable en que eso ocurriese, el fulano se llevaría la cámara sí o sí.
Como ya casi es la hora reservada para la visita (19.20), accedemos al edificio y, tras hacer una mini-cola, cogemos el ascensor que nos lleva hasta el observatorio Top of the Rock (¡AL LORETE! 2º consejo: En estos temas, conviene ser un poco previsor y, siempre que sea posible, se saquen las entradas para aquello que se quiera visitar a través de la red, de modo que se eviten colas innecesarias). Nuestra idea era disfrutar de las vistas y esperar, bien apostados, la puesta de sol prevista para las 20.05. ¿Qué cómo lo sabía? Parece mentira que los que me conocen se pregunten eso... Pues porque me encargué de mirar a qué hora se ponía el sol, y saqué la entrada con esa idea. (¡AL LORETE! 3er consejo: Muy recomendable es acceder a este observatorio. Tiene menos visitantes y ofrece unas vistas magníficas de toda la ciudad. Si además, se puede cuadrar la visita con una puesta de sol la experiencia es inolvidable).
Miles de fotos sacadas a diestro y siniestro, captando como la luz diurna va dejando lugar a la noche y a la iluminación de los miles de edificios del Midtown y el Downtown. Impresionante de verdad.
Tras absorber todas esas sensaciones, nos vamos dando cuenta de lo cansados que estamos. Son casi las 21.00, pero para nosotros es como si fueran las 03.00 de la madrugada. Nuestro cuerpo se resiente y ya va siendo hora de cenar algo y retirarse a descansar.
Abandonamos el edificio con la sensación de haber comenzado con muy buen pie nuestra visita a NY. Camino de Time Square nos detenemos en una especie de restaurante/establecimiento en el que ofrecen comida mexicana. Como no estamos para dar muchos tumbos, optamos por pedir algo allí mismo. Vamos a ver cómo nos enfrentamos al tema con los reflejos y la mente abotargada por el cansancio. Por suerte nos encontramos el primero de los muchísimos dependientes hispanohablantes que nos encontraremos a lo largo de los siguientes cinco días. Dos burritos y un par de cervezas, please. No hay suerte. Pues la cerveza se nos acabó hace un rato. Mierda. ¿Les gustaría en su lugar un par de margaritas?. Sí claro, para margaritas estoy yo ahora. No gracias, nos bastará con agua. Qué remedio. ¿De la fuente o embotellada?. ¿De la fuente? ¿Arriesgamos? Embotellada por favor. (¡AL LORETE! 4º consejo: En prácticamente todos los restaurantes, o bien hay un grifo en el que puedes rellenar tu vaso gratuitamente, o tienes una jarra de agua con hielo en la mesa, así que, a toro pasado, os digo que no merece la pena gastarse dinero en agua embotellada. El agua es de buena calidad, pero bueno, it´s up to you que dicen por allá. Depende de ti, para los profanos).
Damos cuenta de los burritos, más muertos (nosotros, no los burritos) que vivos, y tras dejar una propina aproximadamente del 15% (es la norma hermano), abandonamos el establecimiento arrastrando los pies. De camino al hotel, nos cruzamos con Times Square y la plataforma escalonada en la que se sitúan decenas de turistas, que tiran de cámara de fotos para inmortalizar las cientos de pantallas y carteles luminosos que orlan la plaza. El hecho de que no tenemos pilas para la cámara de fotos nos salva de media hora más de sufrimiento evitando que se nos cierren los ojos. Otro día será.
En diez minutos estamos en nuestro hotel, y diez minutos más tarde estamos dando cuenta de las excelentes camas de nuestra habitación. Elijo una de las cuatro almohadas (cada una con diferente altura y densidad) y sólo tengo tiempo de desear a la Silvi dulces sueños.
Zzzzzzzzzzzzzzzzzz. (Continuará)
NY. Día One
Publicado por
luismi
on viernes, 4 de septiembre de 2009
Etiquetas:
Lugares,
Nueva York
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