Después de unos días sin volver a percibir el zumbido, esta mañana ha vuelto. Como me había olvidado por completo del "incidente" anterior, al principio me costó identificarlo. Lo primero que pensé fue que podía tratarse de algún moscardón que se hubiera colado en el cuarto de baño durante la noche, aprovechando la ventana que dejamos abierta con la intención de crear una corriente de aire entre el cuarto de baño y nuestra habitación.
Tras realizar una serie de espasmódicos movimientos (encaminados a hacer salir al insecto de su escondrijo) y no observar resultado alguno (más allá del ridículo baile realizado que, por suerte, no fue avistado por vecino alguno dadas las horas), recordé aquella molesta sensación percibida días atrás. Qué raro.
El caso es que, tras haberme recuperado de ese resfriado al que finalmente achaqué el "incidente" previo, no se me ocurría qué otra cosa podía generar ese extraño zumbido. Y no venía de fuera, si no de dentro de mi cabeza. Reverberaba en las paredes de mi cráneo y me aturdía. Esta vez, además del Omeprazol decidí ingerir un Paracetamol. Quizás ese resfriado no se había curado del todo y, en tiempos de H1N1 cualquier precaución es poca.
Una vez finalizada la rutina de cada mañana previa a la preparación del desayuno, me quedé parado frente al espejo. El zumbido se hizo de nuevo aún más audible. Recordaba lo ocurrido la anterior ocasión al apagar la luz del cuarto de baño y dudé si era conveniente arriesgarse a repetir la experiencia. Qué tontería, no pienso dejar que mis paranoias tomen una vez más el control. Así que apagué la luz.
Esta vez fue peor que la anterior. Todo dentro y fuera de mi giró, se volteó, cambió, se disolvió o se fue por el sumidero. Yo que sé. Traté de asirme al lavabo para no derrumbarme, pero donde debía estar éste no había más que aire, así que caí con estrépito al suelo. No sé por qué extraña razón, pero lo primero que se me vino a la cabeza fue, Con este jaleo voy a despertar a Silvia. Tras el desconcierto inicial traté de levantarme, y al apoyar la mano en el suelo me percaté que me había dañado la muñeca. Dolía que te cagas.
Alcé el brazo tanteando en la oscuridad y no fui capaz de encontrar la pared donde se encontraba el interruptor de la luz. Avancé de rodillas unos pasos (demasiados me parecieron para lo pequeño que es mi cuarto de baño), hasta que percibí la proximidad fría y lisa de la pared de azulejos. Apoyándome contra la pared, seguí su superficie tratando de alcanzar el interruptor, pero tras dos pasos a la izquierda empecé a ponerme muy nervioso. Era imposible. La puerta del cuarto de baño o la otra pared deberían haberse presentado ya ante mí. De pronto un grito subió desde mi estómago hasta mi garganta. ¡Silvia!. No pude evitarlo. Estaba muy agitado. ¡Silvia!, repetí mientras movía mis brazos tratando de encontrar el interruptor. Pero justo en el momento en que un tercer grito pugnaba por salir, mi mano palpó la llave de la luz y rápidamente encendí el interruptor. Se hizo la luz
Todo estaba como siempre. La bañera y la ventana detrás, la puerta abierta frente a mi y el inodoro a la derecha. Aturdido, confundido y cabreado, me dirigí hacia la habitación. Silvia dormía como si nada hubiera ocurrido. Silvia la del sueño ligero. Y mi muñeca dolía como el diablo.
λ2: La mosca tras la oreja
Publicado por
luismi
on miércoles, 9 de septiembre de 2009
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