Casi han transcurrido dos semanas desde que sufrí el segundo suceso "desorientador" en el cuarto de baño. Ese en el que me caí y me hice daño en la muñeca. Ese en el que llamé a Silvi pero no me oyó. Ese que puso a rodar una enorme bola de nieve por la pendiente.
Entonces no me di cuenta, pero allí ocurrió algo más que un simple vahido. Aún no sé a ciencia cierta qué pudo ser, pero todo lo que me ha pasado desde entonces no puede ser una simple sucesión de casualidades. Durante estas dos semanas he estado disimulando cara afuera y cara adentro, negando a los demás y a mi mismo que había cosas que no encajaban. Espero que no me lo reprochéis.
En realidad, no las tenía todas conmigo y buena gana de preocuparos sin motivo. Además, aunque hubiese sido plenamente consciente de que algo ocurría ¿qué podíais hacer vosotros desde la distancia? Y a Silvi no se lo hubiese dicho por nada del mundo. Ahora está demasiado ocupada con el nuevo trabajo, y lo que menos quería era distraerla con lo que al principio consideraba asuntos sin importancia. Pero creo que ya no puedo seguir ignorando la situación, ni puedo seguir ocultándoosla. Este darle vueltas a las cosas, este martilleo incesante, esa sensación de que algo está mal desde ese día, me está trastornando demasiado. No sé, quizás poniéndolo negro sobre blanco y compartiéndolo con todos vosotros, me dé cuenta que todos son paranoias e imaginaciones mias. Tonterias sin importancia. Ójala.
Trataré de explicarme como mejor pueda. Perdonad si no lo cuento todo del tirón, pero necesito tomarme mi tiempo para encajar todas las piezas.
[...]
Cuando aquel fatídico día comenté a Silvia todo lo que me había pasado, cómo perdí toda noción del espacio, cómo la llame a voz en grito, cómo me caí, le extrañó mucho. Aseguró que no había oído nada de nada y, claro está, se preocupó por mi estado de salud. Tengo que volver a comprar esas cápsulas de propolio, dijo. Vino a decir que todo era producto de un estado de debilidad asociado a la carga de trabajo. Pero para los gritos no escuchados, no encontró ninguna explicación. En verdad su sueño es extraordinariamente ligero y debería haberse despertado de inmediato. Quizás imaginé que estaba gritando, pero en realidad no llegué a hacerlo, convine finalmente para tratar de zanjar un asunto que me incomodaba.
Ese mismo día, antes de salir camino del trabajo y al ir a abrir la puerta, vi que mis llaves no estaban en la cerradura. Ya se nos olvidó otra vez cerrar con llave la puerta durante la noche, pensé. Pero hubiera jurado que el día anterior había dado las cuatro vueltas de rigor a la cerradura y había dejado las llaves colgando en la cerradura como siempre. Últimamente, se me va la pinza, reconocí. Pero al ir a cogerlas de la bandeja que está sobre el recibidor, donde deberían estar si no están colgadas de la cerradura, no las encontré. Sólo estaban las de Silvia. Las busqué en la habitación verde, en el salón y en el dormitorio. Las busqué en mi mochila, y los bolsillos de chaquetas y pantalones. Miré tras el zapatero y debajo de las perchas, por si se hubiesen caído. Nada de nada. Temí haberlas perdido el día anterior en el trabajo o en la calle. Pregunté a Silvia si recordaba si el día anterior, cuando volvíamos de dar una vuelta, abrí yo o abrió ella la puerta. Silvi no lo recordaba con precisión, pero creía que había sido yo. Por un lado bien, ya que significaría que debían estar en casa, pero ¿dónde? Mi casa no es tan grande y los sitios donde se esconden las cosas perdidas, no son tantos.
Como no podía llegar tarde al trabajo, confirmé con Silvia que esa tarde no tenía pilates y que estaría en casa cuando llegase yo, y sali pitando. Llegaría más de media hora tarde a la reunión de seguimiento semanal. Dió igual media que tres horas. No pude concentrarme en todo el día. ¿Dónde carajo estarán las llaves? Sólo podía escuchar la puñetera canción dándome réplica. En el fondo del mar matarilerilerón chimpón.
Ójala hubiese sido eso. En ese momento, no podía ni imaginar que lo ocurrido sólo era el primer escalón de una escalera de mal rollo que dura hasta hoy.
A estas alturas, ya ni se ve el suelo.
λ3: ¿Dónde están las llaves?
Publicado por
luismi
on viernes, 25 de septiembre de 2009
Etiquetas:
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1 comentarios:
Luismi
Relajate hombre, relajate. Es muy sospechosa esa sucesión de "cosas extrañas".
Quizás es que te fijas mucho en esas "cosas extrañas" que te ocurren. Quizás es que esas cosas no te han pasado hasta ahora y ahora empiezan (años).
O quizás no reparas que ese tipo de cosas nos suelen suceder a muchos, lo que pasa es que no las contamos.
hay que cuidarse o analizar lo que a uno le pasa.
No te pienso cobrar por la consulta. Es gratis
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